Tenía siete años cuando me regalaron por reyes mi muñeca
favorita, esa que marcó mi infancia y
posteriormente hasta los momentos
de ocio en mi vida adulta. Ella fue mi hermana, mi amiga, mi confidente, mi
paño de lágrimas y mi compañera de alegrías. No tuve hermanos y cuando estaba
en casa todo lo compartía con mi muñeca.
Al año siguiente quise el armario pero mis padres viendo el precio me
convencieron para que por la misma cantidad optara por otra muñeca de similares
dimensiones y su dormitorio completo. (He de aclarar que en mi casa me
explicaron muy pequeña que los Reyes Magos eran los padres y que si quería regalos
me tenía que portar bien. Me llevaban antes de vacaciones de Navidad a escogerlos y me los
daban el primer día de vacaciones). Me convencieron y me llevé el otro lote
lamentándome por el armario que no conseguí. La otra muñeca, la pobre, no
resistió dos semanas. Se rompió por la cintura, algo habitual en ellas. Era
mucho más barata, mas articulada y más delgada pero se “descuajeringaba” con
facilidad. Si le di mucho uso al dormitorio pues le servía a mi muñeca favorita
que sobrevivió duros embates. Era
frecuente que nos juntáramos amigas en casa de una y lleváramos nuestros
juguetes. Algunas teníamos la misma muñeca en sus distintas variantes de pelo o
raza pero otras niñas tenían otras muñecas fabricadas por otras empresas, más grandes o más pequeñas. Recuerdo una que
se le rajaba la pierna con facilidad, otra que se rompía la goma que unía las
piezas, otra a la que los zapatos se le pegaban a los pies… a las pobres les
pasaba de todo pero las que teníamos la misma que la mía parecía que poseíamos
un todoterreno, potente y fuerte… aguantaba lo que le echábamos. Hasta que
llegaron las articuladas, que eran algo más delicadas y rompían por el
cuello fundamentalmente. Ese modelo
articulado duró pocos años en el mercado, mis primas pequeñas volvieron a
tenerlas sin articular aunque algunas tenían mecanismos musicales que también
eran delicados pero no puedo negar que las simples volvían a ser bastante
duras. Tan duras que después de aparcar las muñecas unos dieciocho años y
volver a retomar la afición en edad adulta esas muñecas rescatadas de las manos
de mis amigas y primas, al igual que la mía propia mucho más antigua, estaban
en perfecto estado.
No era yo la única con ese interés y la empresa que las
comercializaba debió vislumbrar un hueco en el mercado porque, junto con otra
que hasta el momento se especializaba en peluches, sacó a la venta una
colección. Maquilladas con sombras de
ojos, unas con vestidos del mundo y otras con trajes varios y complementos muy vistosos. Las coleccionistas veteranas
se quejaban de que la calidad era baja comparada con las tradicionales que
habíamos conocido. Después de unos
cuantos modelos se acabaron y durante años sólo tuvimos a mano una de comunión,
una pobre sufrida que se vio sometida a todo tipo de experimentos para cambiar
de color, de maquillaje, ojos y de lo que se terciara con la intención de
conseguir algo lo más parecido posible a nuestra encantadora antecesora. Inútil
por cierto.
Y comenzaron las reediciones. Gran alegría y alborozo entre
la comunidad amante de este coleccionismo. Alguna fue todo un acierto como
cierta negrita de pelo corto rizo. Otras un auténtico desastre y la empresa
prometió que se harían las muñecas en España y no en China y que pasarían
rigurosos controles de calidad. Controles que dejan pasar muñecas con la cuenca
de un ojo más grande que otro y cuyos
desperfectos llegan hasta los moldes de las piernas que son de distinto
tamaño. Así que miramos hacia atrás y empezamos
a mirar a las del mundo y compañía elogiándolas por su calidad en comparación a
éstas, cuando no hace tanto las denigrábamos porque perdían en comparación con
la antigua, con la primera.
La polémica está servida, por un lado pensamos que pagamos
excesivamente por un producto de baja calidad aunque sea para colección y no
para jugar, y me imagino que la empresa pensará que en realidad no le compensan
los costes y que bastante da por ese precio pues tiene claro que si no consigue beneficios no hay producto. Nosotros no nos queremos
quedar sin la muñeca pero no queremos estos defectos. Unas voces se alzan diciendo que ya bastante
tenemos con que nos reediten la muñeca y
que no debiéramos encima protestar porque nos vamos a quedar sin las reediciones, y, que a quien no le gusten no las compre. Lo curioso es que año tras año parece
que ya nos vamos adaptando al hecho de que tienen que traer defectos y, después
de ejercer nuestro derecho al pataleo, simplemente buscamos como disimularlos o
arreglarlos.
En resumen, pedimos
más calidad y, si fuera posible, por menos dinero, y la empresa quiere más beneficios sin tener
que gastar en mayor calidad, y sin tener que comerse las piezas defectuosas que
parece que intenta colarlas en el mercado a toda costa, pero ya parece que nos vamos
acostumbrando y hasta justificado o
tolerado y antes de quedarnos sin la muñeca tragamos.
YO… ¡ LA PRIMERA!.
YO… ¡ LA PRIMERA!.